miércoles, 30 de septiembre de 2009

3.- Contando gotas de lluvia

Paseando a media tarde un día de lluvia las calles descubren a los despistados, a los que se han quedado atrapados entre el sol de la mañana y esas expectativas que trataban que el día acabase con la misma luz con que comenzó. Imposible, pero aún así se ve gente con sandalias en los pies, o con apenas una camiseta. Y llueve sobre ellos con especial violencia, como cebándose con su pequeña ilusión. Y vuelven a casa empapados. Mañana, con la lección aprendida, llevarán algo de abrigo aunque no llueva, aunque haga calor.



Han vuelto los colegios, los bancos, los grandes almacenes, los días y las noches a su horario de oficina, a esa velocidad puntual que sitúa la vida en el punto álgido de la frontera de posibilidades de producción.
Y con el horario han vuelto los semáforos en rojo, los coches a la deriva, las almas con destino fijo.
En el barrio, al pasar junto a la panadería, he hallado la prueba definitiva de que hemos vuelto a los raíles y esperamos las vacaciones navideñas con una mezcla entre ansia y agobio. Hace unos días fui a comprar el pan y me dio la sensación de que habían cerrado. Estaba Juan, el panadero, fuera de su tienda, fumando tranquilo. Hablamos un rato. Me contó que no se puede permitir marcharse de vacaciones, pero que a pesar de que se queda y abre en verano vende la mitad que en los meses de lluvia. Así que hornea menos pan y hace menos tartas.
Al llegar hoy, la fila para coger turno en la panadería se salía de la misma y llegaba un par de tiendas más allá. Me he alegrado por Juan. Y he vuelto más tarde, para ahorrarme la interminable cola.
Estaba ya cerrado. No logro adaptarme al horario de oficina.



Se me ha pasado contestar a una especie de carta que me enviaron. No es que se me olvidase responder, sino que lo he ido dejando.
Cuando quiero sentarme a contestar, a escribirte, no logro decir nada útil, y temo que pienses que he cambiado, aunque no tengo del todo claro si eso te parecería mejor o peor. Y me pierdo en el miedo a responderte.



El martes, hablando con una amiga, me contó que ha descubierto la raíz de todos sus males. Su teoría viene a decir que está tan acostumbrada a que las cosas salgan mal y a tener esa sensación de melancolía en el cuerpo que cuando ve que todo puede salir bien ella misma lo rompe. Lo cierto es que no es una mala teoría, aunque también es verdad que no ayuda conocer los hechos sino se tiene pensado hacer nada al respecto.
A mi me hizo cierta gracia que hubiera encontrado una forma tan autodestructiva de definir sus pequeños fracasos.
Imagino que uno llega a esa conclusión después de llevarse varios golpes duros, y es una pena que lo que viene después esté marcado por esos golpes. Pero así es como está hecho el mundo. Si crees que va a hacer sol, lloverá con saña.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

2.- Contando gotas de lluvia

Si hay algo malo en esto de escribir es la soledad del final. Que no quede nada para mí. Imagino cada vez que termino un escenario vacío, camareros recogiendo las mesas y un micrófono desenchufado junto a una guitarra que reposa en su funda. Tiempo para los focos y el silencio.
Si hay algo malo en esto de escribir es que siempre, entre líneas, me dejo llevar por los recuerdos. Siempre te pienso llegando, como aquella tarde de Agosto de estos nuevos años; las cosas nunca salen como uno esperaba.
Si hay algo malo en esto de escribir...



Viendo a deshoras la televisión ponen en no diré que canal un quinteto de guitarristas, todas mujeres, que tocan piezas clásicas. Van todas vestidas de rojo y guardan las formas con una rigurosidad que da miedo. Todo rojo. Y nadie se ríe. Si uno no mira la pantalla, la música ameniza bastante la vigilia, pero mirar asusta. Digo yo que a alguien más le habrá pasado, que estas mujeres programarán el video o algo sino desean verlo en el momento que lo retransmiten para después poder decir; "mira, salgo en la tele". Que alguien, por favor, se dé por aludido y les cambien la indumentaria la próxima vez. Sé que esto es grabado, pero el día que graben de nuevo... Por favor.



Esta mañana he visto el telediario. Sé que debo estar informado, pero prefiero ver el refrito de noticias que hacen a eso de las cuatro de la mañana. Así no me amargo el día. Esta mañana, decía, he visto el telediario. Y así me ha ido. Me ha costado varias horas reponerme del susto.
Al final han decidido que el caso de Marta del Castillo termine de dirimirlo un jurado popular. En mi opinión es un error bastante grave, porque el populacho creo que ya tiene más que juzgados a los implicados, y desde luego no les va a temblar la mano a la hora de pasarse por el arco del triunfo el código penal. Es verdad que no es un gran código, y que la justicia en este país ocupa demasiado tiempo en salir en los periódicos y muy poco en hacer bien su trabajo, pero aún así dejar el asunto en manos del pueblo me parece que es tirar a dar. En fin, malas noticias, como siempre que veo el telediario.



Y llegó Septiembre. A todas luces, un mal mes, pero hay que sobrellevarlo. Sigo recordando que escribí aquella canción, aunque ya no sé tocarla.



Tengo prestado un libro de un escritor atípico. Solo habla de su vida. En contra de lo que suelen ser los escritores, que tienden a observarlo todo y a escribir porque no saben pintar, él escribe porque quiere contar su vida, y no tiene a quién contársela. Habla muy bien de Granada.
Yo de Granada conservo dos recuerdos distintos.
En un primer recuerdo, Granada es el lugar donde hice una parada breve y me rompieron el retrovisor del coche con toda la intención que una patada tiene.
En el segundo recuerdo, la ciudad de la Alhambra es un hogar para los que van de paso, la coartada de todo el que quiso perderse. Cobijo en el Albaicín, miradas desde San Nicolás.
Si hay algo malo en esto de escribir...